Elena Azaola
Conferencia impartida con motivo de la Inauguración de Cursos en el CIESAS, 30 de agosto de 2017
“El lenguaje que dice la verdad es el lenguaje que es capaz de pensar sintiendo y de sentir pensando”.
Eduardo Galeano
Además de darles la bienvenida, como ya lo ha hecho nuestro director, quisiera comenzar por decirles que la aventura que están a punto de emprender ¡bien vale la pena!. En lo que sigue, voy a tratar de explicarles por qué lo pienso así, independientemente de los programas, disciplinas o subdisciplinas que hayan resuelto cursar.
Trataré de compartir con ustedes una serie de reflexiones que me surgen a partir de un conjunto de preguntas que, estoy segura, ustedes ya se han hecho -o muy pronto se harán-, y quisiera hacerlo compartiendo las respuestas que he podido dar a estas preguntas a partir de mi propia trayectoria de investigación.
La primera pregunta que quisiera responder es: ¿desde dónde hablo? Esta pregunta es siempre la que cada uno de nosotros debemos responder, de entrada, ante cualquier audiencia que tenga la amabilidad y la paciencia de escucharnos. Ello porque, desde luego, uno no habla en el vacío, sino que lo que dice está atravesado, -seamos conscientes o no- tanto por nuestras vivencias personales que siempre se hallan acotadas a un cierto tiempo y espacio, pero también porque lo que decimos a nivel profesional está enmarcado en los conocimientos que han aportado ciertas disciplinas y en la forma que éstas tienen de aproximarse a la realidad y las herramientas que utilizan para desmenuzarla. Y, en fin, porque lo que decimos también está atravesado por nuestra propia experiencia como investigadores.
En mi caso, hablo como antropóloga y psicoanalista que ha tenido la oportunidad y el privilegio de colaborar como investigadora en este centro desde hace 40 años. Los problemas de investigación que en este tiempo han captado mi atención y me han mantenido bastante ocupada, tienen que ver con los procesos de desviación social, así como con los de normalización o control social. He trabajado tanto con niños de la calle como con niños y mujeres sujetos al tráfico y la explotación sexual. Así mismo, con secuestradores y homicidas, con jóvenes y mujeres delincuentes, pero también con policías y con funcionarios de las prisiones. En síntesis, he construido, sin darme cuenta y sin proponérmelo, lo que mi colega Alberto Aziz, al referirse a mis temas recurrentes de investigación, denominó “la geografía de los rotos”.
Y aquí puede que nos surja otra pregunta: ¿cómo se construye una trayectoria de investigación?
Lo primero que diría es que no existen recetas: cada quien va construyendo su propio camino. Es difícil que alguien pueda trazar una trayectoria de principio a fin y tampoco es fácil que esta trayectoria resulte al final ser completamente coherente, consistente, aunque desde luego debemos esforzarnos para que lo sea. En los hechos, estamos expuestos a muchas circunstancias que no siempre podemos prever y que van definiendo junto con nosotros ese camino. Sin embargo, también es cierto que en el trayecto aparecen oportunidades, o bien que uno es capaz de generarlas, y uno va tomando decisiones que pueden tanto impulsar como detener o desviar una trayectoria. Debemos, entonces, de ser capaces de identificar o de construir esas oportunidades, ya que son éstas las que determinan un cierto rumbo en una trayectoria, sobre todo cuando las tomamos en serio y nos empeñamos a fondo en poner lo mejor de nosotros mismos para sacar adelante esas oportunidades porque, cuando es así, generalmente propiciamos que de ellas surjan otras más, lo que nos permite no sólo construir sino, con un poco de suerte, también consolidar una trayectoria de investigación.
Seguramente, otra pregunta que se han hecho o que muy pronto se harán, es: ¿cómo se elige un tema de investigación?
- El primer requisito, desde luego, es que tenemos que elegir algo que nos guste, que nos apasione; sin embargo, siendo esto muy importante, no es suficiente. En mi opinión, tenemos que tomar en cuenta otros requisitos: 1) tenemos que plantear algo que valga la pena conocer, algo que sea relevante, que sea pertinente y que aporte algo a nuestra comunidad. No debemos olvidar que la ciencia no es una tarea individual, sino colectiva, y que podemos desarrollarla gracias a los recursos públicos, es decir, a los que aporta toda la sociedad con su trabajo y con su esfuerzo. Esto nos compromete a usar estos recursos de la mejor manera posible de tal manera que el conocimiento que aportemos resulte en un beneficio para la sociedad.[1]
- Un segundo requisito que debe cumplir el tema que elijamos debe tener presente que plantear un problema de investigación es distinto a plantear un problema de la vida cotidiana.[2] Para poner un ejemplo cercano a mi experiencia, diría que mientras para el funcionario de una prisión un problema importante a resolver podría ser evitar las fugas, los motines o el contrabando, un problema de investigación sobre estos temas tendría que preguntarse por la cultura carcelaria y las formas en que los presos suelen organizarse y resistir para poder sobrevivir en la prisión. Es decir, plantear un problema de investigación exige conocer el estado del arte acerca del tema que deseamos estudiar. Ello, a su vez, supone que debemos plantear un problema que debe tocar los asuntos que han preocupado a nuestra disciplina, pero ofreciendo, en la medida de lo posible, respuestas novedosas, nuevas formas de conocer, de interpretar la realidad.
- Un tercer requisito que debe cumplir el tema que elijamos, es que sea un problema viable de investigar, es decir, que podamos asegurar que tendremos acceso a los datos que necesitamos recabar para poder llevar a cabo nuestra investigación. Volviendo a los temas que conozco, no podremos plantear un estudio a realizar en una cárcel o en un hospital psiquiátrico, si no contamos con el acceso a dichas instituciones. Tampoco deberemos plantear un estudio que ponga en grave riesgo nuestra seguridad o la de los sujetos que habrán de participar en la investigación.
- Un cuarto requisito es que nuestro trabajo de investigación tiene que estar invariable y rigurosamente enmarcado y regulado por los principios éticos elementales, las normas que rigen el trabajo científico. Estas normas van, desde el cuidado que debe tenerse en citar de manera apropiada los textos que consultamos, hasta el cuidado que debemos tener en la manera de conducirnos ante los sujetos que nos proporcionan información para nuestros estudios. Hay que reconocer que en las ciencias sociales estos principios y normas éticas no se hallan establecidos ni se exigen con el mismo nivel de rigor que, por ejemplo, en las ciencias médicas, no obstante que nosotros también trabajamos con sujetos humanos. No debemos pensar que el hecho de que muchos de estos principios no estén claramente establecidos en códigos que nos obliguen, quiere decir que no debamos respetarlos. Por el contrario, quiere decir que el auto control es más importante en nuestras disciplinas. Es imposible e incluso poco deseable que intentemos elaborar códigos de conducta que regulen absolutamente todos los aspectos de nuestro trabajo. La ética implica que siempre nos enfrentamos a dilemas que debemos sopesar y resolver cuidadosamente. Sin embargo, hay ciertas normas que se hallan bien establecidas y que estamos obligados a acatar. Entre ellas: que debemos respetar la dignidad y el anonimato de quienes nos proporcionan información; que debemos informarles previamente a que participen en nuestro estudio acerca de sus objetivos, de la manera como se darán a conocer los resultados y del uso que se dará a la información y, finalmente, del compromiso que tenemos con dichas personas para compartir los resultados una vez que hayamos concluido el estudio.[3] Esto último es especialmente importante cuando se trata de sujetos en situaciones de vulnerabilidad que no tienen la posibilidad de hacerse escuchar y de quienes, en cierto modo, nos tocará ser portavoz, cuidando siempre de no traicionar ni distorsionar el sentido de sus mensajes. El respeto de estos y otros principios éticos elementales se constituye, de hecho, en una especie de sello, de marca que distingue a nuestro trabajo como un trabajo profesional de alta calidad no sólo académica, sino también moral.
Vale la pena introducir aquí un paréntesis para recordar, -como lo hace una reciente publicación de la Comisión Nacional de Bioética-, el origen del establecimiento de estos principios éticos que rigen el trabajo científico. Como habrán escuchado, al terminar la Segunda Guerra Mundial, el Tribunal de Núremberg se percató de que no contaba con leyes para acusar y condenar a quienes habían puesto sus conocimientos médicos al servicio de los objetivos del régimen nazi. Sin embargo, dicho Tribunal logró argumentar con éxito que las leyes no escritas que rigen la conducta moral adecuada le permitían condenar a dichos médicos por crímenes de lessa humanidad. Utilizando los principios generales de la ética, “fue como se cobró conciencia de los límites éticos de la ciencia y de que su ejercicio requería de una conducta apropiada, especialmente cuando se utilizaban sujetos humanos”. Se creó así el Código de Núremberg que estableció diez principios básicos que han sido la base para la actuación de los comités de ética a partir de entonces (Koepsell y Ruiz de Chávez, 2015:17-18).
Otra pregunta que quizás algunos de ustedes se hacen, es: ¿cuáles son los métodos o las técnicas más apropiados?
De nueva cuenta, no hay una respuesta general para esta pregunta. Todo depende del objeto de estudio ya que tendremos que elegir de la caja de herramientas que nos proporciona nuestra disciplina, aquellas que resulten más apropiadas para alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto. Depende también del tamaño de la población a estudiar, del tipo y número de variables sobre las que nos interesa indagar, de la profundidad que deseamos alcanzar en el análisis, de la interpretación de los datos, etc. En ocasiones puede resultar conveniente utilizar una combinación de métodos cuantitativos y cualitativos para atender a los diferentes aspectos de una investigación. Por ejemplo, podemos diseñar un cuestionario si se trata de cubrir a una población numerosa, por ejemplo, de presos o de policías, al mismo tiempo que podemos elegir a ciertos sujetos que poseen un rol determinado (el líder de cierto grupo de presos o el jefe de la policía) para realizar una serie de entrevistas en profundidad que nos proporcionen una visión más a fondo acerca de la manera que tienen de ver el mundo dichos sujetos dada la posición que desempeñan dentro de un cierto grupo o comunidad. Es decir, cada herramienta es capaz de proporcionarnos un tipo de conocimiento distinto y deberemos de seleccionarla una vez que hemos sopesado cuidadosamente cuáles son aquellas que nos ofrecen mayores ventajas para poder alcanzar nuestros objetivos.
Y ya que he estado hablando de policías y ladrones o incluso secuestradores, quizás algunos de ustedes se pregunten: ¿a quién debe servir nuestro trabajo?
Este es un tipo de pregunta que frecuentemente me formulan algunos estudiantes o colegas dado que comprenden muy bien que realizar un estudio entre los presos o entre los policías requiere ineludiblemente del permiso de las autoridades que tienen a su cargo estas instituciones. Existe quizás la tentación de pensar que, si uno cuenta con esos permisos, es porque de alguna manera uno está obligado a servir a los intereses particulares de quienes se hayan al frente de dichas instituciones. Nada más lejano de la realidad. Nuestro trabajo exige el respeto absoluto para la primera norma que debe regir nuestro quehacer: la ciencia sólo se rige por el principio de la búsqueda de la verdad y no puede estar al servicio de ningún otro interés que no sea el de contribuir a ampliar y profundizar el conocimiento y la comprensión que tenemos de nuestra realidad. Es decir, por principio, nosotros no podemos llevar a cabo ningún estudio para complacer, pero tampoco para denostar a nadie. Tenemos que preservar el principio de la autonomía de la actividad científica, por encima de cualquier interés que intente servirse de nuestro trabajo en beneficio de los intereses económicos, políticos o ideológicos de cualquier persona o grupo. En el caso a que me refiero de estudios que implican escuchar tanto a policías como a ladrones, nuestra labor no consiste en darles la razón a unos sobre los otros, sino en ofrecer los elementos que nos permitan entender y hacer inteligibles a los demás la posición y las circunstancias que han llevado a cada quien al lugar donde se encuentran y a mirar al mundo desde dicha posición. No nos toca juzgar ni mucho menos condenar a los ladrones ya que para ello están los jueces. Tampoco nos toca juzgar ni condenar a las autoridades que no cumplen adecuadamente con su papel sino, en todo caso, hacer visibles los obstáculos estructurales o sistémicos a los que se enfrentan.
Pero este tema que tiene que ver con la tentación que podría existir para llevar a la ciencia por caminos que obedecen a intereses que no le son propios, nos obliga también a preguntarnos ¿cuáles son los valores que prevalecen en la sociedad de nuestro tiempo y de qué manera pueden influir en nuestro quehacer como científicos?
Para ello quisiera referirme a los aportes de Rob Riemen, un reconocido filósofo holandés, promotor de la crítica de los valores de nuestro tiempo, que alerta de lo que considera el retorno del fascismo y el abandono de los valores que caracterizaron al humanismo europeo. Su crítica se extiende incluso a las universidades y a los valores que promueven la ciencia y la tecnología de nuestros tiempos.[4]
Riemen critica lo que llama “el hombre-masa”. “El hombre-masa, [dice], no quiere ser confrontado, menos aún agobiado, con valores intelectuales o espirituales. No hay medida, valor o verdad que le pueda ser impuesto y que pueda restringirlo. Para el hombre-masa, la vida siempre debe ser sencilla y abundante; no reconoce la naturaleza trágica de la existencia. Todo está permitido, pues no hay restricciones. El esfuerzo espiritual es innecesario. El hombre-masa es autoindulgente y se comporta como un niño malcriado. Escuchar, evaluar críticamente sus propias opiniones o actuar con consideración hacia los otros no es necesario” (2017: 30-31).
Riemen también cita las palabras de Paul Valéry quien, ya en los años 20 del siglo pasado, advertía: “El hombre moderno necesita ruido, excitación constante, sólo quiere satisfacer sus necesidades… estamos obsesionados con la velocidad y la cantidad. Los barcos nunca son lo suficientemente grandes, los carros o los aviones no son lo suficientemente rápidos… hemos renunciado a nuestro tiempo libre… al descanso interior, a ser libres de todas las cosas, a la distancia mental que necesitamos con respecto al mundo, para dejar espacio a los elementos más delicados de nuestras vidas. Nos dejamos llevar por la velocidad, la inercia -todo debe ocurrir ahora- y los impulsos.
Ya nada es duradero… Vivimos pasivamente. Nos volcamos a los teléfonos, a nuestro trabajo, a la moda. La vida se vuelve cada vez más uniforme” (2017: 33).
A estas ideas de Valéry, Riemen agrega: “En esta sociedad la economía está dominada por el espíritu del comercio, que quiere ganar dinero a costa de todo lo demás (las personas, el medio ambiente, la calidad) y que exige, a todos los que caen presas de su embrujo, conformarse, ser competitivos, productivos, eficientes, y, sobre todo, no ser ellos mismos”. Y, en seguida, Riemen dirige sus baterías en contra de la educación que se imparte hoy en día en nuestras universidades. “La educación [dice] ya no está dirigida a formar el carácter de las personas para ayudarlas a vivir en la verdad y crear belleza, a permitir que la justicia se lleve a cabo y a transmitir cierta sabiduría. Ha degenerado en un instrumento para la difusión de lo útil: conocimiento que es utilizable para la economía, todo lo que se debe saber para ganar dinero” (2017: 55-56).
Y, por último, Riemen agrega: “La gente es dejada en el desamparo por el sistema educativo. Éste ha abandonado la tradición liberal de enseñar las artes y a los clásicos, una educación que ofrecía una instrucción moral y espiritual mediante la cual el individuo podía convertirse en una persona libre y responsable, y que ahora ha sido torcida por los dictados de lo que es útil para los negocios y el Estado… Al difundir la fe en el valor del mercado como la medida absoluta para determinar lo que es importante y lo que no, esta élite ha socavado todo aquello con un valor inmaterial y que no genera dinero… el arte, nuestro patrimonio cultural, la atención a personas vulnerables” (2017: 58).
Las ideas de Riemen son ciertamente polémicas y nos dejan mucho qué pensar, mucho qué reflexionar. Es por ello que las he querido traer aquí, aunque, lamentablemente, no nos podemos detener en este punto porque necesito llegar a la última de las preguntas que quería plantear y que es, para mí, la más importante de todas: ¿de qué sirve nuestro trabajo? ¿cuál debe ser nuestra brújula?
Para explicar ¿de qué sirve lo que hacemos?, no encuentro otro mejor ejemplo u otro que para mí tenga un significado más profundo, que las lecciones que nos ha legado Primo Levi al escribir su testimonio de lo que vivió como prisionero de los campos de concentración durante el régimen nazi.[5] Algunas de las lecciones más importantes que extraigo de su testimonio, son las siguientes:
- Levi explica que, aun durante el tiempo que estuvo sujeto al régimen del campo de concentración, no podía pensar en otra cosa que no fuera la urgencia por transmitir, por dar a conocer al mundo el significado de esa experiencia. “Nunca -nos dice Levihan sido extinguidas tantas vidas humanas en tan poco tiempo ni con una combinación tan lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad” (2012: 484). Siendo una experiencia humana de esta magnitud, Levi la considera y la trata como un laboratorio privilegiado para analizar la condición humana. Si había algo que lo atormentara mientras estaba en el campo, era la posibilidad de no sobrevivir para poder transmitir su testimonio, y aun más, la posibilidad de que el mensaje resultara tan devastador que nadie quisiera escucharlo. Levi dice: “Yo no creo que la vida del hombre tenga necesariamente un fin definido, pero si pienso en mi vida, y en los fines que hasta ahora me he fijado, sólo reconozco uno preciso y consciente, y es precisamente el de dar testimonio…” (2012: 623). Explica que, poder recordar y transmitir la experiencia que vivió en los campos de concentración, le pareció un deber humano elemental que vivió “como una urgencia y una responsabilidad”. “Habría dado verdaderamente el pan y el potaje, es decir, la sangre, por salvar de la nada aquellos recuerdos” (2012: 592). Los datos que iba pudiendo reunir sobre aquella experiencia, nos dice, “valían mucho” y valían, nos explica, porque le permitían “volver a atar un nudo con el pasado, salvándolo del olvido y reforzando mi identidad… Me valoraban, a mis ojos y a los de mi interlocutor. Me proporcionaban una tregua efímera… liberadora… un modo, en fin, de encontrarme a mí mismo” (2012: 594).
Difícilmente podremos encontrar una mejor descripción del significado de nuestro trabajo que este círculo que describe Levi y que inicia por la curiosidad de entender una experiencia humana excepcional, la necesidad de transmitirla, y la manera como el círculo se cierra al percatarse de que el conocimiento adquirido le permite recuperar su identidad, sus orígenes y encontrarse a sí mismo, lo que describe como una experiencia “liberadora”.
- Otra importante lección que Levi nos deja es cuando nos invita a renunciar a las verdades reveladas por falsos o verdaderos profetas y a acogernos, en cambio, a las que podemos construir mediante el estudio: “hemos de ser cautos, nos dice, en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad… es mejor conformarse con otras verdades más modestas y menos entusiasmantes, las que se conquistan con mucho trabajo, poco a poco y sin atajos por el estudio, la discusión y el razonamiento, verdades que pueden ser demostradas y verificadas” (2012: 242-243).
- Otra importante lección tiene que ver con los catastróficos efectos que puede tener el negarse a conocer y tratar de entender la realidad en la que se vive. Al respecto, describe: “En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba, no obtenía respuesta. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada y, por consiguiente, de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta”. Levi considera al pueblo alemán “plenamente culpable” de esta omisión deliberada (2012: 221-222). Por tanto: no cerrar el pico, los ojos ni las orejas constituye otro importante legado, especialmente para los científicos sociales.
- La última de las muchas lecciones que Levi nos ha legado para nuestra tarea, tiene que ver con haberse percatado de quiénes eran los que estaban mejor equipados para dar cuenta de la experiencia de los campos. Levi dice que, estos no necesariamente fueron quienes estuvieron expuestos a las circunstancias más difíciles, sino aquellos que tuvieron la oportunidad de formarse un panorama más amplio. “Los mejores historiadores del Lager, nos dice, han surgido entre los contadísimos que han tenido la habilidad y la suerte de llegar a un lugar de observación privilegiado sin someterse y [han tenido] la capacidad de contar lo que han visto, sufrido y hecho, con la humildad de un buen cronista, es decir, teniendo en cuenta la complejidad del fenómeno Lager y la variedad de los destinos humanos que ahí se cruzaban. Y agrega que era lógico que estos historiadores hayan sido casi todos prisioneros políticos, pues fueron ellos quienes pudieron recurrir “a un fondo cultural” que les permitió interpretar los hechos que presenciaron (2012: 481-482).
Hasta aquí las palabras de Levi que en esta última lección que rescato para nuestro quehacer nos habla de la humildad de ser un buen cronista y de podernos allegar de la mayor cantidad de elementos posibles que nos permitan formarnos ese panorama amplio que requerimos para poder comprender las circunstancias sociales más complejas.
Espero haberlos podido convencer de que la aventura y el trayecto que están a punto de recorrer ¡bien vale la pena! por sí mismo, independientemente de cuál sea el punto de llegada.
[1] “La ciencia es un bien público. Esto significa que existe debido a la paciencia, buena voluntad y el financiamiento público es por esto que su práctica debe tener un impacto social positivo. Los científicos y el público son mutuamente interdependientes y la ciencia debe contribuir a la mejora de la sociedad ya sea por la adquisición del conocimiento o mediante el incremento del bienestar general. Se debe llevar a cabo la práctica a la luz de estos deberes recíprocos”. David R. Koepsell y Manuel H. Ruiz de Chávez, 2015. Ética de la Investigación. Integridad Científica, Comisión Nacional de Bioética – CONACYT, Ciudad de México, p. 101.
[2] Ver el texto de Mario Bunge, La investigación científica. Siglo XXI Editores, México.
[3] Un desarrollo más detallado del origen histórico y de las corrientes filosóficas que dieron lugar a estos y otros principios éticos, puede consultarse en: David R. Koepsell y Manuel H. Ruiz de Chávez, 2015, Op. Cit.
[4] Rob Riemen, Para Combatir esta Era, Taurus, Ciudad de México, 2017.
[5] Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, Océano, Barcelona, 2012.