María Teresa Rodríguez
CIESAS-Golfo
Si bien el flujo migratorio desde Centroamérica no es un fenómeno actual, adquirió visibilidad a partir del 12 de octubre de 2018, fecha en que un grupo de 160 personas se reunió en San Pedro Sula, Honduras, para dar inicio a la primera caravana migrante con destino hacia Estados Unidos. Desde el comienzo de la marcha, el objetivo explícito de los integrantes de la misma fue llegar a la frontera norte de México para solicitar asilo en Estados Unidos. El contingente inicial salió de San Pedro Sula, Honduras, en atención a la convocatoria lanzada en redes sociales por el ex diputado hondureño Bartolo Fuentes, con el lema: “No nos vamos porque queremos: nos expulsa la violencia y la pobreza”. Durante el trayecto por los departamentos de Cortés y Ocotepeque se incorporaron hombres, mujeres y niños, alentados, seguramente, por la posibilidad de obtener algunas ventajas de la estrategia de migrar en masa: mayor seguridad, reacciones de solidaridad, visibilidad política, disponibilidad de alimentos y albergues.[1]
Nueve días después de iniciada la marcha, el contingente sumaba ya alrededor de dos mil personas. El 15 de octubre, la caravana cruzó la frontera con Guatemala, y dos días después el número de integrantes se había duplicado ¾con la adhesión de guatemaltecos y salvadoreños¾. El 19 de octubre México abrió las puertas del puente Rodolfo Robles que atraviesa el río Suchiate, en la frontera de Guatemala con México, y el grueso del conjunto pudo internarse en el país. Un día después, una segunda caravana partió también desde Honduras y llegó a México el 28 de octubre tras diversos incidentes con la policía guatemalteca y las prácticas disuasivas de las autoridades mexicanas. A finales de octubre salieron de El Salvador, la tercera y cuarta caravanas, integradas por unas mil cien personas aproximadamente, originarias de este país. El 10 de noviembre llegó el primer contingente de migrantes a Tijuana, y al día de hoy los medios informativos indican que se han concentrado en esta ciudad fronteriza cerca de siete mil personas, en espera de que las autoridades migratorias norteamericanas las atiendan.[2]
Paralelamente, a lo largo de todo este tiempo, se ha registrado el retorno de cientos de personas que optaron por abandonar el proyecto migratorio inicial, frente a lo incierto del mismo, las dificultades del camino, el agotamiento físico y la desesperanza.
Sin embargo, como antes se señala, ni el flujo migratorio desde Centroamérica, ni los factores que dan lugar a este desplazamiento son fenómenos nuevos. México, aunque es lugar de origen de un importante flujo migratorio hacia Estados Unidos, lo es también de tránsito y de destino temporal o permanente de un número más evidente de personas procedentes, sobre todo, de Guatemala, Honduras y El Salvador. Los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos han diversificado las rutas y estrategias a seguir, tornándose en un flujo multidireccional cada vez más heterogéneo y difícil de registrar. La movilidad por el territorio mexicano en contingentes organizados es una práctica novedosa que brinda mayor seguridad, visibilidad, protección y apoyo de organizaciones de la sociedad civil. Los migrantes de este modo ejercen su derecho a salir de su lugar de origen en su calidad de víctimas de la pobreza, la violencia, la inseguridad, el desempleo y la flexibilización laboral. Sin embargo, como han señalado diversos analistas, el flujo de personas no es mucho mayor que en el pasado y no constituye ninguna amenaza ni debe interpretarse como “invasión”, ya que en términos cuantitativos representa un mínimo porcentaje de la población nacional y no influye en la densidad poblacional.
En el caso de Honduras, el incremento de la emigración internacional se acentuó en los años noventa del siglo XX a partir de la instauración de las políticas neoliberales, mismas que afectaron al sector agrícola y generaron una masa de jóvenes sin empleo que iniciaron la búsqueda de oportunidades en Estados Unidos. Los efectos devastadores del Huracán Mitch en 1998 fueron el culmen de este proceso en aquellos años. Flores Fonseca[3] plantea que los niveles de pobreza de la población hondureña eran desde tiempo atrás un elemento estructural persistente; contexto al que se sumaron los efectos de un desarrollo acelerado del modelo neoliberal que generó la privatización de empresas públicas, concesiones de territorios para industrias extractivas, zonas especiales de desarrollo, mayor endeudamiento, corrupción e impunidad. En la primera década del siglo XXI se agregaron nuevos elementos: el golpe de Estado en 2009, la ampliación de la brecha de desigualdades sociales, los alarmantes índices de violencia, la proliferación de organizaciones delincuenciales y la crisis económica acentuada por los efectos de la economía internacional. Hoy día las tasas de desempleo en Honduras son muy elevadas. La mayoría de los jóvenes cuenta con bajos niveles de educación y capacitación. Predomina la informalidad en el mercado laboral; aunque ha cobrado impulso el sector manufacturero, éste se caracteriza por ofrecer bajos salarios, contratos temporales y duras jornadas.[4] Se calcula que aproximadamente 74% de la población vive en condiciones de pobreza.[5]
La violencia es otra de las causas fundamentales del desplazamiento compulsivo desde Honduras que se ha vuelto más visible en las últimas semanas. Además de que este país se considera como el segundo más pobre de América Latina, también se califica como uno de los más violentos del mundo en zonas de no guerra. La tasa de homicidios es muy alta, alrededor de 80 por cada 10 000 habitantes.[6] La proliferación de pandillas juveniles, y de otros tipos de organizaciones ilegales, han generado el desarrollo de economías subterráneas de generación de ingresos a través de la protección, extorsión, secuestros, robos y narcotráfico.[7] Esta situación lleva a muchas personas, sobre todo jóvenes, a huir a otras comunidades del interior e incluso salir del país como única alternativa de sobrevivencia.
Para muestra, un ejemplo. Daniel,[8] joven hondureño de 19 años, originario de Corinto ¾población localizada muy cerca de la frontera con Guatemala en el departamento de Cortés¾ se encontraba de paso en la ciudad de Xalapa, Veracruz en febrero de 2017, sin saber qué camino seguir al darse cuenta de que se esfumaba su sueño de llegar a Estados Unidos. El trayecto desde su ciudad natal había sido una sucesión de desafortunados imprevistos; la desesperanza y la desilusión ensombrecían su semblante cuanto narraba su experiencia: “nunca imaginé que estuviera tan pesado el viaje… he pasado hambre, frío, miedo; me robaron mi mochila con todas mis cosas, ahora ya no tengo a dónde ir, no tengo a nadie aquí pero tampoco en Honduras”. Daniel es huérfano de padre y madre. Según su testimonio, a su padre lo asesinaron por conflictos con los “mareros” y su madre murió poco tiempo después. Tras una infancia difícil en la que careció de un hogar fijo y los cuidados más elementales, decidió emigrar con el objetivo principal de evadir las presiones para unirse a una pandilla:
Yo tuve que huir porque no quería andar con ellos. Iba a llegar un momento en que me iban a decir, “te tienes que meter a la fuerza”. Y yo pensé que no iba a durar mucho, pensé que me iban a matar en tres o cuatro días. ¿Entonces para qué me quedaba? Como casi no fui a la escuela me ocupaban limpiando casas, pero me pagaban muy poco y ya estaba cansado de esa vida.
Para Daniel, México había pasado de ser un lugar que había imaginado como de paso obligado pero transitorio, a otro en el cual se encontraba “atrapado” y con un futuro inmediato totalmente incierto. Descartaba de su horizonte de vida la posibilidad de regresar a Corinto, y la llegada a Estados Unidos se tornaba cada vez más inalcanzable. Su historia personal se encuentra atravesada por los factores que han detonado el flujo migratorio de los hondureños desde hace por lo menos dos décadas: pobreza, violencia, desigualdad, bajos niveles educativos, falta de seguridad y carencia de las condiciones mínimas de bienestar.
Estos elementos, brevemente apuntados, se proponen llamar la atención sobre el contexto de origen de los migrantes hondureños y sobre los factores que los impulsan a huir. Si bien la mayoría de ellos intenta encontrar asilo y conseguir la residencia permanente en Estados Unidos, muchos otros buscan solamente un lugar donde trabajar y sentirse seguros. La solución no consiste en rechazarlos, sino en poner en práctica una política de hospitalidad e integración, con el impulso de mejores reglas de convivencia. El desplazamiento forzado es el resultado de problemáticas que requieren soluciones concertadas entre los países de origen, de tránsito y de destino. La decisión adecuada no consiste en el cierre de fronteras, sino en la instauración de políticas de hospitalidad e integración y de mejores reglas para la gobernanza de las movilidades en situaciones de crisis de seguridad, pobreza y desastres por causas naturales.
[1]Véase < http://observatoriocolef.org/infograficos/cronologia-de-la-caravana-centroamericana/>, consultado el 22 de noviembre de 2018.
[2] (ibid.).
[3] Flores, Manuel Antonio, 2012, Factores contextuales de la migración internacional de Honduras. Tegucigalpa, Universidad Nacional Autónoma de Honduras, p. 4.
[4] Flores, Manuel Antonio (op. cit.), pp. 5-16.
[5] Reyes, Alejandra y Marie-Laure Cubés, 2017, Prontuario sobre movilidad y migración internacional en la Frontera Sur de México, Consejo Nacional de Población/ El Colegio de la Frontera Norte, p. 17.
[6] González, Yolanda, 2014, “Centroamérica: ¿Y quiénes son los que se van? Volvamos la vista al sur. El caso de Honduras”, en Migrantes invisibles, violencia tangible, Informe 2014, Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes, México, Letra Impresa GH, pp. 46-57.
[7] Flores, Manuel Antonio (op. cit.), p. 19.
[8] Seudónimo.