Códices mexicanos

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Cecilia Rossell

CIESAS Ciudad de México

Los libros o códices mesoamericanos y coloniales son fuentes primarias de la historia de México que nos permiten conocer las culturas indígenas de antes y después de la llegada de los europeos a América. Hasta ahora todavía se reconocen como los únicos libros que fueron anotados con un sistema de escritura indígena en todo el nuevo continente, el cual se desarrolló con independencia del resto del mundo y de otras escrituras que mantuvieron contacto entre sí.

Debido a la singularidad de su factura -para lo cual se inventó un material de soporte, que es el papel amate-, tipo de registro y clases de contenido, los códices prehispánicos y virreinales que se conservan en México, Europa y Estados Unidos, han ido ingresando al programa de la UNESCO sobre la “Memoria del Mundo-México”. Cada país propone ciertos textos representativos de su historia para formar parte del patrimonio documental de su nación, con recomendaciones para su preservación y acceso -sobre todo de forma digital-, para promover y difundir el conocimiento de las comunidades del mundo.

Los códices precolombinos son documentos que datan de unos 500 años antes del arribo de los españoles -aunque seguramente existieron algunos previos-, y cuya confección continuó durante el periodo colonial hasta finales del siglo XVIII con formato de biombos, hojas y lienzos principalmente. Se elaboraron sobre pieles curtidas, papel nativo y papel europeo, así como telas de algodón.

Los grupos que hablaban náhuatl llamaron a estos libros “amoxtli”; los españoles “códices”, por su semejanza con los manuscritos ilustrados europeos, ya que ambos se componen de imágenes, aunque los segundos se acompañan de textos anotados en letras del alfabeto latino.

En estos manuscritos se empleaba un sistema de escritura pictográfica que tenía antecedentes en unos 2000 años antes de la aparición de los libros conocidos, y que estaba basado en la utilización de figuras codificadas y convencionales para representar tanto conceptos de sus culturas como sonidos y palabras de sus lenguas.

Con ello guardaban la memoria del pasado, con historias de los gobernantes y sus genealogías, con la conformación de los señoríos, del derecho a la tierra y a los recursos, además de la imposición de tributos y del intercambio de productos. También quedaron plasmadas las ideas sobre el mundo y la realidad, del orden social y natural, de una cosmogonía y religión que se manifestó en creencias y rituales, deidades y maneras de adivinación o predicción del futuro, apoyado en la observación astronómica y su organización en calendarios.

Pero con la llegada de los españoles y las nuevas necesidades de comunicación, los pintores escribas se adaptaron a la realización de códices mixtos, cuyos contenidos fueron anotados con la combinación de pictogramas tradicionales e imágenes europeas de numerosos objetos, plantas y animales introducidos a la Nueva España, que van acompañados de glosas y textos con letras del alfabeto, tanto en español como en las lenguas locales.

Ello respondía a la necesidad de que las nuevas autoridades pudieran comprender el mensaje de los escritos, pero debido al proceso de aculturación, los intérpretes nativos aprendieron el castellano y el latín, así como la anotación en letras latinas. Por lo que con el avance del virreinato se fueron dejando de utilizar las figuras indígenas y los textos ya solamente fueron alfabéticos.

Elaborados por los grupos indígenas en el periodo colonial, los códices se elaboraron sobre papel nativo o europeo, en lienzos de algodón y pieles de animales, que se emplearon desde una sola hoja a cuadernillos y libros de estilo europeo, en largas tiras o rollos, y grandes piezas unidas de tela o papel.

En estos manuscritos aparece una gran variedad de temas en los textos históricos de las migraciones y asentamientos, las genealogías nativas y los linderos de sus señoríos, el relato de la llegada de los españoles y la reorganización social y política de las poblaciones indígenas y sus relaciones con las autoridades e instituciones hispanas, lo que ocasionó numerosas quejas y litigios que dieron origen de una abundante documentación.

Al igual que matrículas y registros económicos con el pago de impuestos y tributos a las nuevas autoridades y a las nativas, de los recursos de la producción local junto con los nuevos introducidos, así como el transporte, los mercados, los precios y la economía monetaria.

Además de anotaciones astronómicas y rituales en calendarios, y su relación con el entorno natural y geográfico con la cartografía de planos y mapas. De sus formas de vida y tradiciones, desde la antigua religión a la educación y evangelización con los catecismos cristianos, y otras obras.

Escritura pictográfica en códices: cómo trabajarla

Los códices prehispánicos y poshispánicos comparten el empleo de un sistema de escritura pictográfico que está basado en la utilización de diseños estilizados del mundo natural y cultural para representar palabras de sus lenguas, por lo que también se clasifica como logográfico. A estas figuras se les describió como “letras y caracteres” por los cronistas españoles, y varios siglos más tarde las llamaron “jeroglifos” o solamente “glifos” debido al parecido que presentaban -al tratarse de imágenes y de las funciones que tenían-, con los símbolos y signos egipcios, en cuanto al uso de un repertorio de formas codificadas que además de contar con un significado, se emplean también para representar expresiones de la lengua.

Para conocer este sistema de comunicación y escritura, se recurre al método propuesto por el Dr. Joaquín Galarza, en el que cada figura o glifo es estudiado separándolo del contexto en que aparece en el códice para analizarlo mediante diferentes criterios, que se han seguido aplicando y desarrollando, los que se pueden comprender en dos disciplinas principalmente, como es la iconografía para estudiar las imágenes plásticas y su estilo.

Las que conforman un repertorio de cientos de formas, cuyo conocimiento se trabaja por medio de fichas de análisis que se organizan en catálogos y diccionarios, para buscar las semejanzas y recurrencias de los glifos, así como los patrones que componen los principios de su funcionamiento; para poder saber el cómo se integran las posibles lecturas, lo que permite conocer mejor el contenido de los códices.

También contamos con la especialidad de la epigrafía para analizar las figuras en la medida de que representen sonidos y palabras de una lengua indígena como es el náhuatl. Ambos aspectos comprenden un solo código, y únicamente se separan para su investigación. Además de que estos son campos interdisciplinarios en los que se conjuga información que proporcionan la historia y etnohistoria, arqueología e historia del arte, etnografía y lingüística.

Aquí se presentan algunos aspectos de estas dos disciplinas, para ejemplificar una de las formas en que se estudian los pictogramas de los códices, aunque existen otros aspectos que también se suelen investigar, como son la historia del documento, la reconstrucción de su contenido o de algún tópico en particular, y muchas otras miradas más.

Iconografía

El inventario de cientos de figuras de origen nativo se divide en varios tipos o clases que representan seres y objetos del ámbito natural y cultural, así como de su religión y cosmovisión. Por ejemplo, plantas (maíz y chile), y animales (guajolotes y coyotes), seres humanos, construcciones y herramientas (templos y cuchillos de obsidiana), entes mitológicos y deidades (serpiente emplumada).

Para el periodo colonial se incorporaron imágenes europeas, y el repertorio de formas se amplió de acuerdo con las nuevas necesidades (como personajes castellanos, plantas (trigo y olivas) y animales europeos (borregos y caballos), iglesias, objetos de hierro, etc.).

Y al ser un sistema pictográfico, las imágenes se examinan bajo criterios plásticos para poder describirlas e identificarlas, y para pasar a asociarlas con términos de la lengua (por ejemplo, el dibujo de tres círculos concéntricos en blanco, rojo y el centro verde, se reconoce que este dibujo tiene la forma de una joya con una piedra de jade, a la que se llama “chalchiuitl” o jade en náhuatl).

Para ello es necesario conocer la cultura visual que les dio origen, desde sus antecedentes prehispánicos con los grabados y las esculturas en piedra, a las pinturas murales y la cerámica, junto con los libros o códices para llegar a reconocer las convenciones plásticas de cada estilo.

Ya que éstas se van conformando por desarrollos internos e influencias externas que van definiendo los estilos culturales, y que se refieren a las diferentes maneras de expresarse sobre soportes suaves y flexibles como el papel, las pieles y los lienzos, aplicando una capa blanca que prepara la superficie para trazar los diseños mediante pinturas de origen natural.

Para trazar las imágenes mediante pautas o reglas que estaban marcadas por una convención o acuerdo social, de cómo deben ser dibujadas las formas, que se definen por medio de líneas negras que contienen una gama de colores limitada. Ya que si llega a cambiar la forma o su color también se modifica su interpretación y lectura. (por ejemplo, las figuras de los cerros o “tepetl” son verdes, y su sentido es ser una montaña o un cierto lugar, pero si la parte superior se alarga, entonces sería un cerro alargado o “tepetl hueyacan” o si es de color negro será un cerro negro o “tliltepec”).

Algunas otras características significativas son la proporción y dimensiones, las proyecciones en el espacio que pueden ser de frente, perfil, oblicua y desde arriba; la composición de las figuras, de los compuestos y las escenas, así como otros aspectos más. (por ejemplo: una cabeza de jaguar sobre un cerro -se dibuja de perfil-, pero resulta muy grande en relación con el monte, -que está visto de frente-; también se encuentra un juego de pelota visto a vuelo de pájaro).

Epigrafía

En el repertorio de los códices las imágenes representaban palabras completas (por ejemplo, agua o “atl”) de la lengua náhuatl o bien, la parte significativa de ellas, llamada raíces o morfemas (como “a-“) , que se aplicaban sobre todo cuando se combinaban dos, tres o más para formar frases (por ejemplo, en el agua caliente o “Atotonilco”).

En cuanto a la representación de estos términos o palabras, vemos que en su mayoría se refieren a los nombres de las figuras o sustantivos (por ejemplo, tierra o “tlalli”, cerro o “tepetl”), existen algunas cualidades o adjetivos (en algo duro como piedra o “tetic”, verde o “xoxouhqui”), y ciertas acciones o verbos (como hablar o “tlatoa”, humear, echar humo o “popoca”).

En la escritura de tradición nahua, las imágenes indígenas proporcionan su nombre y otros términos asociados a éste, que van de algo tan concreto como por ejemplo una hoja o el pasto, que se dice “xihuitl” en náhuatl, y al concepto abstracto del periodo del año que también es “xihuitl”. Se trata de homófonos que suenan igual, y aunque difieren en su significado, los pintores escribas nahuas aprovecharon esta similitud para expresar varios sentidos por medio de una sola imagen, como sería en este caso, la figura de una hoja vegetal para manifestar ambas lecturas, la de “hoja” y la del “año”.

Y para poder formar frases, se unen dos o más figuras y vocablos formando un compuesto de glifos, como sucede en una fecha (como en el Año Uno Caña o “Ce Acatl Xihuitl”, el nombre de un lugar como el Cerro del Año o “Xiuhtepec”), un cargo o un nombre personal como el del Señor del Año o “Xiuhtecuhtli”).

Este tipo de complejos han sido más reconocidos como parte de una escritura, en contraste con las imágenes que se acomodan para construir escenas, que pueden ser de guerra, ceremonias o algún paisaje, y se presume que éstas también están formadas por glifos (como por ejemplo, un personaje que porta una diadema, lleva en la mano un arco y su arpón, así como viste un manto de piel, y cuya lectura puede ser la de un señor chichimeca o “tecuhtli chichimeca”, ya que es una figura masculina, la diadema una insignia de su cargo, y las armas y la piel simbolizan a un grupo nómada de cazadores y guerreros del norte).

Entonces así se proporcionan las expresiones y raíces que permiten obtener el sentido del mensaje, aunque al parecer no hay partículas que indiquen los pronombres (yo, tu, nosotros) a menos que se manifiesten por medio de las figuras humanas; el género (masculino o femenino), que puede ser con la vestimenta, peinado y posturas de cada uno); el número (uno, dos o muchos), por medio de una sola figura o su repetición; el posesivo (mío, tuyo) quizá con una línea que comunica a la persona con otra, o con algún objeto; y el tiempo (presente o pasado), tal vez fuera mediante las fechas glíficas.

Ya que estas partículas son sonidos que no pueden ser dibujados por medio de una imagen, como sí sucede con los vocablos, por lo que es probable que el intérprete o lector del códice incluyera las partículas al realizar su lectura, compensando así lo que no aparece en el códice explícitamente.

Otro aspecto a considerar es la semejanza que existe entre las palabras y raíces de los términos nahuas, que, si bien presentan vocales cortas y vocales largas, que en la lengua hablada sí se marcan para poder diferenciar las palabras (por ejemplo, luna, mes o “meetztli”, y pierna, muslo o “metztli”), y que al parecer los pintores escribanos aprovecharon para dar distintos significados con una misma imagen (por ejemplo, con la figura de unas gotas de agua o lluvia “quiyahuaatl”, que se usa también para indicar la entrada a una casa o un lugar “quiyaahuatl”)

Así se empleaban juegos y combinaciones de imágenes y de palabras para expresar distintos y nuevos significados, como las metáforas en las que se cambia el sentido de un vocablo por otro figurado, de acuerdo a una comparación (como, por ejemplo, la forma del árbol del ciprés o “aahueehueetl” para simbolizar al gobernante). Además de los llamados difrasismos, que es la conjunción de dos palabras o frases cuyo significado es distinto al de cada una de ellas (como la imagen de un escudo sobre unas flechas, “in chimalli in mitl”, para representar la guerra o “yaoyotl”).

Existen otros recursos gráficos y fonéticos más, como el uso de imágenes denominadas “determinativos” para poder aclarar la lectura de una figura, y así hacer menos ambigua su lectura, pero aquí solo se presentan algunos ejemplos para mostrar el trabajo que se realiza con los códices en cuanto a su sistema de escritura.

Y recordando que el sistema de escritura es pictográfico y logográfico, que se basa en las imágenes que representan palabras o parte de ellas, el planteamiento comprende tanto a la iconografía como a la epigrafía. Y en cuanto al proyecto que se desarrolla actualmente, se recurre a las figuras de la primera parte del Códice Mendocino, que es del siglo XVI y de tradición nahua del centro de México, para analizarlas como parte del lenguaje visual y fonético que transmite significados y sonidos del náhuatl.

Se estudian las formas, pero principalmente los colores que les corresponden y cuando funcionan como glifos a los que conciernen ciertos vocablos, no solo como un componente de éstas, sino como un código visual y fonético particular que transmite significados culturales y sonidos del náhuatl.

Se incluye asimismo el análisis de los materiales colorantes, técnicas de adquisición, de preparación y aplicación. Ya que la información sobre los pigmentos y sus nombres aparecen asociados a la denominación de los colores y a los variados sentidos que aportan a las imágenes. Así, este planteamiento nos acerca a los conocimientos que los pintores escribanos tenían sobre sus recursos materiales y simbólicos que forman parte de una manera indígena de entender la realidad.