Erika P. Terrazas Ríos
EAHNM
El interés primordial sobre el estudio del arte, en diversas disciplinas, es aún un terreno desconocido. Las concepciones que se tienen del arte aún distan mucho de poder llegar a un consenso. Sin embargo, seguimos en la búsqueda de oportunidades e inspiraciones para entender el entramado complejo de la vida humana. Polémicas resultan entonces las uniones insospechadas entre el arte y la ciencia. El Diplomado en Antropología del Arte dirigido por Patricia Tovar del CIESAS en colaboración con LATIR A.C. es un importante ejemplo. La visión central del diplomado se posiciona en una propuesta teórico-metodológica sustentada en el arte: la etnografía artística y la documentación poética. En esta propuesta encuentro un honesto compromiso de entender –más allá de todo interés disciplinar– la complejidad del fenómeno artístico rescatando las formas mínimas del arte y llevándolas al encuentro con la antropología. En este ejercicio descubrimos que no son tan distintas. En consecuencia expreso, a través de este sencillo documento, una ínfima parte de la gran provocación de la propuesta. Hago un recuento de las reflexiones más contundentes que propició el diplomado, entre ellas la más importante: una forma diferente de identificar y entender el fenómeno artístico, y con ello repensar el ejercicio etnográfico.
En la propuesta de etnografía artística encontramos la oportunidad de repensar el papel del etnógrafo y de la etnografía. Ello se logra en la medida en que seamos capaces de reconocer la relación indisoluble entre el pensamiento y el cuerpo. Es decir, reconocer el sentir del propio cuerpo como productor de conocimiento en si mismo. Para entender tal afirmación conviene subrayar que la etnografía artística que propone Tovar ofrece la oportunidad de “hacer etnografía usando los recursos del arte”. Bajo esta provocadora propuesta hago una reflexión de mi propio quehacer etnográfico.
Por más de cinco años recorrí cada verano el Museo del Acero Horno 3 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. No puedo contar la innumerable cantidad de veces que visité la exhibición más gustada, el Show del Horno. Esta exhibición consiste en la restauración del horno alto No. 3 de la extinta Fundidora de Fierro y Acero Monterrey A.C. El Show despliega luces y sonido para hacer revivir su funcionamiento acompañado de fragmentos de entrevistas de ex trabajadores y un poema hecho por uno de ellos al horno 3. La cualidad primordial de la exhibición es ser poderosamente emotiva. Al terminar el espectáculo de diez minutos, las personas siempre aplauden y vitorean, inclusive, con frecuencia también lloran. Desde el primer día que la viví me he preguntado, incesantemente, por qué un artefacto es capaz de causar tales efectos. Ha sido para mí un desafío tratar de encontrar una respuesta a esta pregunta. La indagaciones que realicé me llevaron a descubrir que durante el proceso de creación los diseñadores entrevistaron a varios ex trabajadores. De ahí surgió la inquietud que me llevó a buscarlos y entrevistarlos tiempo después terminada la investigación, misma que versaba sobre la participación de la elite regiomontana en la administración del patrimonio en la región y este en la construcción de un sentimiento regionalista muy arraigado en una noción industrial del trabajo.
En este punto, antes de continuar, sugiero identificar la paridad entre el trabajo etnográfico y el artístico. Esta paridad no se limita al uso de la técnica de la entrevista, sino al uso tácito de la intuición, operación cognitiva posibilitada por los sentidos, en este caso la percepción de las emociones y opiniones surgidas de las entrevistas. Para aclarar es necesario conocer el trasfondo que antecede a la existencia del Museo: el cierre intempestivo de la Fundidora Monterrey. Una tragedia de proporciones monumentales que cimbró los principios sobre los cuales se encumbraba el ser regiomontano. Al cerrar, parte del corazón de la ciudad, de su memoria, de su pasado, de su presente y de su futuro desapareció en un estrepitoso desenlace, que no ha sido olvidado del todo.
Dado el contexto descrito es necesario recurrir al arte para revelar los procesos dialógicos de afectación mutua entre lo ocurrido en la Fundidora, la exhibición y el presente. Por ello, es necesario volver a mirar esa experiencia etnográfica. Instalados en esta nueva égida nos convertimos de nuevo en el antropólogo inocente de Nigel Barley (2004) que desconoce el denso entramado perceptual, sensorial y emocional de la otredad a la que ingenuamente pretende conocer, dado que el antropólogo busca objetivar su mirada y su sentir, incluso haciéndose invisible en su escritura impersonal.
En las entrevistas expuestas en el museo, como en las realizadas por los diseñadores de la exhibición y las propias, son frecuentes las formulaciones perceptuales sobre el trabajo en la planta, por ejemplo, la idea de asociación entre el arrabio fundido y el dulce, llamándolo arrabio dulce. Esto se reafirma a través del recuerdo de los habitantes de la ciudad de Chihuahua quienes describen un sabor levemente “dulce” en la boca cuando se estaban cerca de la Fundidora Ávalos en funcionamiento. Así, podemos entender que el cuerpo es productor de conocimiento, las percepciones sensoriales del trabajo industrial conllevan la formulación de emociones asociadas a sentimientos y estos, a su vez, se crean inseparables desde un cuerpo que siente, huele, saborea, percibe, escucha y piensa desde y para la cultura. Los propios ex trabajadores aprecian la belleza singular de su trabajo gracias a la intensa influencia del trabajo industrial en la cultura local. Esta belleza singular está escondida a los sentidos del antropólogo inocente y resume, en si misma, el intenso apego que existe al recuerdo de Fundidora e inclusive a la existencia de este museo tan peculiar. Considero que la documentación poética es un ejercicio complejo que permite salir de la inocencia, a través de reflexionar sobre la mutua afectación que genera participar en el mundo sensorial del otro, lo cual es dejarse llevar y entregarse al acontecer.
A partir del entendimiento de la importancia sensorial, que nos brinda el acercamiento con el arte, es posible comprender que el trabajo industrial propicia formulaciones socio-perceptuales identificables en la cultura. Por ejemplo, los trabajadores se rigen por un sistema de valor propio que se sustenta en la cercanía al trabajo con los ingenios, máquinas o materiales y se distingue del trabajo de oficina. El reto es traducir el hecho sensible, para ello considero que la etnografía artística brinda elementos relevantes, en donde una observación participante se transforma en una escucha participante, un gusto participante, un oler participante, un sentir participante. De esta manera, es posible incluir no solo la voz del otro en la escritura etnográfica sino la propia, para distinguir con claridad estas afectaciones, estos intercambios que nos llevan a un conocimiento más profundo del otro. Así, encontrar la manera de propiciar las evocaciones de la vivencia sensible que se encuentran omisas en el análisis más riguroso, que es a fin de cuentas en donde nacen las inquietudes y preguntas de todo investigador. Por último, resta decir, que la propuesta es aventurada en una interface entre el arte y la ciencia que no siempre se cree posible, es por ello que resulta valiosa para ser explorada.