José Miguel Cruz Hernández
Unach-CIESAS
Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria.
Ni un cuchillo, ni un rifle para nadie:
la tierra es para todos,
Como el aire
Jorge Debravo, Nocturno sin Patria.
El presente artículo tiene como finalidad aportar un breve análisis de elementos empíricos que permitan contextualizar el rechazo que los habitantes fronterizos de Ciudad Hidalgo han mostrado hacia los migrantes centroamericanos, en concreto hacia la caravana que en días anteriores transitó por este lugar. De tal modo que los argumentos puedan ser útiles para estudiar situaciones similares en otros entornos.
Primero, es preciso comentar que la localidad fronteriza de Ciudad Hidalgo, Chiapas, México, se ha caracterizado por ser un punto importante para la migración centroamericana que busca llegar a Estados Unidos, ya que es un referente de tránsito que con el paso de los años y la diversidad de flujos migratorios se ha convertido en un lugar de estancia para muchos migrantes ¾quienes dadas las condiciones adversas de su movilidad o por “simple comodidad”, optaron por quedarse a residir en ella¾. En principio, habitaban en las zonas periféricas, las cuales poco a poco se consolidaron en colonias más o menos organizadas, reconocidas ya como pertenecientes al centro urbano.
Una vez asentados, los migrantes comenzaron a integrarse en actividades laborales con salarios precarios, no sólo en Ciudad Hidalgo sino en todo el municipio de Suchiate, y se emplearon dentro de los ejidos en el trabajo agrícola y en el centro urbano en actividades varias. Todo este proceso se gestó, al menos, desde hace tres décadas, y así fue como la población centroamericana, migrante o víctima de desplazamientos forzados, comenzó a “echar raíz” en dicha localidad fronteriza ¾y al convivir con la población local dio lugar a una serie de relaciones sociales diversas¾.
Así, con la llegada de estas personas y con el constante flujo migratorio hacia Estados Unidos, dinámica que cambió después del huracán Stan (2005), también se comenzó a ver la presencia de “maras” o pandillas, cuya movilidad se vio permitida en gran medida por la porosidad de esta franja fronteriza entre México y Guatemala. Se puede considerar que una característica particular de estos grupos delincuenciales transnacionales es el de la movilidad y permanencia constante, es decir, que existe una movilidad por parte de ellos dentro de la región centroamericana, al considerar al territorio fronterizo de Chiapas como una extensión de la misma, en donde los miembros de estos grupos se establecen generalmente en las zonas periféricas o “subterráneas” de las localidades.
De forma específica, la llegada de las pandillas a Ciudad Hidalgo provocó, a inicios del siglo XXI, una oleada de violencia, la cual duró varios años y generó entre la población local una atmósfera de temor y desconfianza hacia la población centroamericana. Esa percepción se generalizó con el tiempo hasta que se constituyó en un estereotipo arraigado entre los pobladores locales, quienes conciben al centroamericano como un ser violento y peligroso, ya que, según ellos, “son malillas” casi por naturaleza.
Además de los mencionados, existen otros estigmas hacia esta población, lo que genera un clima tanto de desconfianza como de segregación y racismo en múltiples niveles. Para entender esos estereotipos y las acciones o conductas en torno a ellos, es preciso comentar algunas de las situaciones que comenzaron a forjarlos. Por ejemplo, la idea sobre la conducta violenta que muchos habitantes locales tienen respecto a los centroamericanos, es resultado de tensiones territoriales entre unos y otros, vinculados a la consolidación de colonias y al sentimiento de destierro que los locales experimentan como efecto de la llegada de los migrantes. Además, se le atribuye a la población migrante una serie de conductas “inapropiadas”, entre las que destacan actos delictivos como robos o asaltos a transeúntes, actitudes promiscuas, principalmente en las mujeres, quienes son comúnmente estereotipadas como “trabajadoras sexuales” o “roba maridos”.
Asimismo, se les atribuye a los migrantes una personalidad violenta al imaginarlos como seres naturalmente “conflictivos”. De acuerdo con el análisis de datos empíricos, esta percepción puede sustentarse en las características del contexto del que provienen estas poblaciones: se piensa que como resultado de la violencia ejercida por las maras en Honduras y El Salvador, principalmente, las personas tienen la necesidad de crear habilidades que aseguren su autoprotección ante el peligro inminente, y reproducen, consciente o inconscientemente, esta conducta fuera de sus países de origen, no con la finalidad de hacer daño a los demás, sino como una herramienta para la protección personal y de sus familias. En ese sentido, aunque no se debe generalizar, es necesario mencionar que si estos prejuicios existen, es porque han ocurrido casos que constatan los hechos descritos.
Desafortunadamente este tipo de conductas han dado pie a que la población originaria de Ciudad Hidalgo, con fundamentos o no, cree y refuerce las ideas negativas hacia los centroamericanos, además de los sentimientos nacionalistas que cada vez cobran más fuerza en el contexto local.
En la esfera de lo cultural hay que considerar también las costumbres y tradiciones de la población migrante, ya que, al no pertenecer al entorno, en ocasiones no comparten los mismos códigos culturales con los habitantes locales pues traen consigo elementos propios de sus lugares de origen, y crean, de acuerdo con los comentarios de un sector poblacional, una especie de desplazamiento cultural. De esta manera, las ideas negativas sobre los centroamericanos han cobrado fuerza en algunos momentos de tensión, aunque se suavizan en momentos de serenidad dentro de esta localidad fronteriza.
Resulta necesario tener estos antecedentes en consideración para comprender un poco las relaciones sociales que día tras día existen entre locales y “extranjeros” en Ciudad Hidalgo, pero también para entender parte del fenómeno de rechazo de algunos mexicanos hacia los integrantes de la caravana migrante.
El pasado mes de octubre se publicó la noticia en medios digitales, impresos y televisivos, de una caravana migrante que saldría desde Honduras. Las personas que la conformaban habían sido convocadas mediante redes sociales, según lo que se dijo en ese momento, y esperaban cruzar a territorio mexicano para llegar a la frontera con Estados Unidos. Con esta noticia muchos sectores civiles y gubernamentales comenzaron a organizarse, unos a favor y otros en contra. Mientras tanto, en redes sociales se leían los primeros comentarios y debates que este suceso generaría a lo largo de varias semanas; al principio parecía ser algo sin tanta importancia, pero con el paso de los días la noticia cobró gran magnitud.
En Facebook, por ejemplo, se leían comentarios a favor y en contra; éstos últimos, además, incitaban al odio y a la violencia, y fueron una constante hasta la llegada de la caravana a Tecún Umán, Guatemala. Mientras en Ciudad Hidalgo y Tapachula se respiraba una atmosfera claramente tensa, promovida por los testimonios en las redes que incitaban a la población local a tomar medidas violentas en contra de los integrantes de dicha caravana y, sobre todo, por la presencia de los cuerpos policiacos y militares en la región. Ese tipo de expresiones, si bien se excusaban en un discurso nacionalista bajo la idea de “protección de la soberanía”, son únicamente la punta del iceberg, ya que encubren una serie de problemáticas aún más graves, como el clasismo, racismo, aporofobia y xenofobia de gran parte de la sociedad mexicana.
A pesar de estos comentarios y conductas desaprobatorias hacia la caravana migrante, hubo un amplio sector poblacional que se solidarizó con ellos, les apoyó con alimentos, ropa y artículos de higiene personal. Pero eso no impidió que los comentarios en contra continuaran, e incluso se acrecentaran en los momentos de mayor conflicto. Ejemplo de lo anterior fue lo ocurrido en el puente Dr. Rodolfo Robles que comunica a Ciudad Hidalgo y Tecún Umán, en el que hubo enfrentamientos entre una parte de los integrantes de la caravana y las autoridades guatemaltecas y mexicanas. Desafortunadamente estas acciones se interpretaron por los habitantes locales como una “muestra de la conducta violenta”, que, según ellos, caracteriza a los hondureños y salvadoreños, principalmente (hay que recordar, que en este punto la caravana ya estaba compuesta por hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, entre otros). Pero estas acciones no deben interpretarse con ese lineamiento, que juzga de manera sesgada toda esta situación, y deja a un lado la complejidad del problema. En cambio, deben interpretarse como parte de la efervescencia del momento, en el que el cansancio y desesperación hicieron mella en los integrantes de la caravana, además de que resultaría reduccionista ignorar los claroscuros de la conducta social.
En ese sentido, si se busca explicar la postura en contra del éxodo centroamericano, es importante analizar el origen de los comentarios que se emitieron en redes sociales, pero también en el ámbito de lo “real”, en las conversaciones cara a cara, en los temores y los estereotipos resurgentes. Del mismo modo, es pertinente conocer qué otros componentes integran esa postura, como los argumentos que apelaban al escaso o nulo apoyo que el gobierno mexicano ha brindado a la situación de desplazamiento forzado en Chiapas, la situación económica y de desempleo, la carencia de acceso a los servicios de salud que se vive en el estado y en muchas otras partes de México, entre otros; estas ideas se reiteraron con expresiones como “candil de la calle, oscuridad en su casa”. De manera desafortunada, esas exigencias, para la mayoría de los casos, se hicieron presentes ante la coyuntura, ya que antes de ésta muchas de las personas que emitieron esos comentarios ni siquiera habían volteado a ver las problemáticas de las cuales hablaban, mucho menos habían hecho expresa su inconformidad.
A ese respecto, si bien es cierto que el gobierno mexicano tiene una deuda enorme con sus ciudadanos, pareciera que la inconformidad de la sociedad civil ante el incumplimiento de las tareas del estado, lejos de ser una demanda organizada y genuina, es un pretexto para rechazar a la caravana migrante.
Lo anterior nos muestra que hay más elementos para entender la complejidad del asunto, ya que los prejuicios negativos que existen sobre los centroamericanos están muy arraigados en algunos habitantes de Ciudad Hidalgo, cuya memoria o imaginario colectivo avala de cierta manera el rechazo que expresan hacia los migrantes y hacia la caravana en concreto. En todo caso no se busca excusar las actitudes de estos pobladores, sino de entender cómo es que las reacciones negativas tienen antecedentes históricos, culturales y sociales.
Si se considera lo hasta ahora expuesto en cuanto a las percepciones que tienen los habitantes de Ciudad Hidalgo sobre la población centroamericana que integra la caravana, se puede afirmar que el rechazo de los primeros hacia la segunda, es resultado de la construcción histórica de un imaginario negativo sobre los migrantes centroamericanos, sustentado, además en las propias problemáticas estructurales de México, en generalizaciones y estereotipos que encubren expresiones racistas, xenofóbicas y clasistas.
Sin embargo, es importante aclarar que lo anterior tiene variaciones al interior del contexto municipal, y que no se puede equiparar a todas las localidades, sobre todo, a aquellas no fronterizas o que hasta ahora no han sido referentes para el tránsito de migrantes. En ese sentido, hay que expresar también que muchos pobladores tienen una visión distinta, y que reconocen que siempre “hay gente buena y gente mala” en los movimientos o procesos migratorios, y es precisamente bajo esa lógica que debemos analizar la conducta de quienes integran la caravana, la cual tiene componentes heterogéneos. Además de que existen condiciones circunstanciales muy sui generis, que deben ser observadas no como una regla general sino como conductas particulares de las personas que la conforman.