Luis Ignacio Román Morales
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
El torbellino de vida que caracterizó a Guadalupe lo asumió sin reservas. Tal vez su característica principal fue la de asumir los retos de frente, sin eludir lo que se le presentara en materia académica, profesional y, en su conjunto, existencial.
Su obra reunida es un reconocimiento a esta vida. Guadalupe fue una académica ampliamente reconocida, pero su trayectoria no se basó en la producción académica para obtener medallas, sino para incidir. Gran especialista en materia agropecuaria y, particularmente en el sector lechero, ella cultivaba su relación con los productores, principalmente los pequeños, con los envasadores, y con el conjunto de la cadena, buscando mejores condiciones no sólo de producción o de comercialización, sino de justicia para el trabajo de los productores, y de sanidad, calidad del producto y acceso para los consumidores.
Lo mismo sucedió cuando trabajó el tema de la construcción social de las violencias, al integrar las especialidades y perspectivas de al menos quince investigadores de diversas instituciones, que ella dirigió, con el fin de ubicar los factores sociales que constituyen el caldo de cultivo de la violencia social, los elementos que la alimentan, que la hacen detonar en la explosividad social, y también los factores que permiten contenerla y el diseño de estrategias para enfrentar tal violencia y reconstituir el tejido social.
Al contar con representaciones académicas ante diversas instancias investigativas, como el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, o ante el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Jalisco, Guadalupe se distinguió por su permanente espíritu crítico, al tiempo que cuidaba las formas para tratar de avanzar en el diálogo. Sus funciones de representante nunca fueron para cubrir una función burocrática, sino para que la investigación efectivamente contribuyera a la generación de conocimiento y en el mejoramiento social. No sólo se enfrentó a los torbellinos que se le ponían enfrente: ella misma era un torbellino académico: publicaciones, proyectos, seminarios, mesas redondas, conferencias, viajes… parecía que la pila nunca se le acababa. Cuando ya estaba gravemente enferma, el trabajo académico le seguía dando vida. Siguió aceptando proyectos, leyendo, escribiendo, viajando y debatiendo. Sin tal intensidad y entusiasmo, es muy probable que se nos hubiera ido mucho antes.
Su vida profesional no estableció fronteras claras con la personal. En su más profunda conciencia estaba la defensa del campo y de los pequeños productores, así como en la integración de equipos multidisciplinarios, y en el llamado a la formación de jóvenes, con los que trabajaba de manera permanente, no sólo educando, exigiendo y ayudando, sino estableciendo lazos de amistad.
Su trabajo académico atrajo igualmente a sus grandes maestros, amigas y amigos en Estados Unidos. Con ellos se dio la fusión de la lealtad personal y profesional, junto con la comprensión y la empatía recíproca entre quienes se encuentran en mundos académicos a la vez tan lejanos por la distancia física y los contextos nacionales, y tan cercanos por la capacidad de trabajo conjunto y de creación colectiva.
Su lucha familiar y personal estuvo marcada por su amor a su hija Constanza, por el enfrentamiento con múltiples problemas de salud y por su deseo de seguir viviendo, pero no sólo por vivir, sino por vivir con sentido, con el fin de continuar descubriendo lo que había más allá de las apariencias, un tanto en el mismo sentido del caballero medieval que jugaba ajedrez con la muerte en El séptimo sello de Bergman.
Pese a sus afectaciones físicas y emocionales, el trabajo la mantuvo anclada a la realidad de su entorno, de su sociedad y de su planeta. Jamás dejó de observar la realidad con su mirada socio-antropológica y solidaria, como lo hizo el 19 de septiembre de 2017 cuando vivió in situ el terremoto de la Ciudad de México y me escribió:
Estoy en la Ciudad de México. Vine a hacerme estudios y, como encontraron nuevamente cáncer, me pidieron hospitalizarme. Fui a recoger mis cosas y el temblor me agarró en mi cuarto del Hotel Emporio. Me abracé al marco de la puerta todo el tiempo que duró: fue largo y no paraba. Cogí mi celular y mi llave y bajé: todo era un desastre: chorros de agua en el suelo, saliendo de los muros, de los pasillos; techos caídos; paredes reventadas; un destrozo total. Salí y me pidieron que me reuniera con la gente del hotel. Entre empleados y turistas éramos alrededor de 100 personas. Nos formaron en líneas de a 10, como a [la gente de] los demás edificios. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. La gente, asustada pero tranquila. Luego, mientras esperábamos la réplica, nos empezaron a hacer bola, pues los coches querían pasar. Todo se mantuvo en orden relativo, sin autoridad alguna. ¡El problema fue cuando un edificio empezó a oler a gas! Entonces algunos empezaron a irse. Yo había negociado que me dejaran entrar al hotel por mis cosas. Media hora después lo logré; fue una pena entrar. Llevará un buen tiempo que lo puedan rehacer. Conseguí que un taxi del hotel me trajera al hospital: ¡casi dos horas! Mucha gente en la calle, no había transporte público, casas, edificios, bardas caídas. Qué tristeza. Llegué a este elegante hospital por urgencias y no me dejaban pasar porque no era un moribundo del terremoto. Expliqué, negocié, me peleé pues quería descansar ya que todo mi cuerpo me dolía. Después de una hora llegaron la secretaria y enfermeras de mi oncólogo. Tomó unos minutos más, pero pudimos entrar. Y aquí estoy anonadada de lo que viví hoy, triste por México, apenada por los grupos de poder como los de este hospital. Y, finalmente, preocupada por mi cáncer. Imagino que ya mañana lograré saber qué harán, ¿y tu familia de acá cómo está? Abrazos, G.
La labor del ciesas, particularmente del Dr. Guillermo de la Peña, al reconocer junto con todos sus compañeros, la valía de Guadalupe, es ante todo una labor de amor colectivo, como la Constanza, como la de Gutierre y su estoica solidaridad y apoyo, como la de múltiples investigadores destacados que vieron en ella una compañera permanente de diálogo y discusión, como la de sus alumnos y becarios, de los trabajadores administrativos y en general de todos los compañeros del ciesas que la acompañaron durante el trayecto de una vida académica en búsqueda de un sentido social de transformación y justicia.