Los modos de la memoria en el éxodo migrante centroamericano

Migrantes siluetas. Créditos FOCA A.C. Formación y Capacitación, A.C.

Abbdel Camargo Martínez

Conacyt-Ecosur

Intento en estas líneas establecer cierto tipo de consenso en torno a la existencia de diferentes modos de memoria y consciencia histórica que permiten posiciones usualmente contrapuestas respecto al éxodo centroamericano del que hoy somos testigos. Por un lado, están las razones e impulsos legítimos de los miles de personas que—más allá de sus particularidades— alimentan a este migrante colectivo; por el otro lado, están los argumentos de estudiosos y activistas, las prácticas de los gobiernos, los medios de comunicación y la opinión de la sociedad civil.

Una pregunta que ronda al seguir las formas de organización de este sujeto colectivo en desplazamiento, su incursión en los países y su andar en los territorios es: ¿por qué las razones de movilidad de estas poblaciones se reproducen en un vacío de la memoria y, por qué la consciencia histórica se observa desde tan de corto plazo y de forma tan conservadora en los países de Centro y Norteamérica?

Al observar la cobertura mediática, la reacción institucional y las múltiples—y contradictorias— respuestas de la sociedad civil respecto a este éxodo migrante, se puede establecer que nuestros marcos analíticos de la percepción de la realidad se condicionan cada vez más por los rangos y emociones establecidas por la hipermedia, que por un referente histórico que dé fundamento a las motivaciones, al actuar y el sentir de este colectivo en éxodo. Así, nuestra memoria tiende a fundamentarse en la inmediatez, los espacios vacíos y el olvido. Este “vacío” de la memoria es rápidamente llenado por la desinformación, el prejuicio, la ignorancia y el miedo. Y el “olvido” se planta como una estrategia de interpretación. O ¿por qué durante un largo tiempo los casi cuatrocientos mil centroamericanos que anualmente “transitaron” por México no causaron el revuelo que las dieciséis mil personas han tenido en estos días? ¿Por qué la exigencia institucional se enfoca a los gobiernos de México y Estados Unidos y se “olvida” de incluir a los gobiernos de Centroamérica? ¿Por qué un país como México que cuenta con una diáspora de más treinta millones de nacionales fuera no es capaz de “asumir” el arribo de unos cuantos de miles a su territorio? La respuesta a estas preguntas se fundamenta en una sola sentencia: por la conveniencia del olvido.

Conviene olvidar porque si optáramos por la memoria, es decir, por recordar, nos obligaría a ser conscientes de la noción del tiempo y el sentido de la historia—aunque ésta nos sea ajena— y nos obligaría a dar argumentos que se basen en el conocimiento y la razón: nos haría responsables de nuestros dichos y actos. El olvido, por su lado, nos ubica en la posición cómoda del desentendimiento. Así, los gobiernos se desentienden de sus obligaciones, los medios de la búsqueda de ética y veracidad, y la ciudadanía de la práctica de la escucha y el desarrollo de un sentido solidario.

Ello ha implicado una especie de vacío de la memoria que nos impide ¾como sociedad¾ generar un sentido de empatía respecto a los motivos y causas que han hecho que miles de mujeres, hombres, niños, ancianos y familias salgan intempestivamente de sus lugares de origen y pertenencia. ¿No sería lógico preguntarse por qué miles de personas huyen del lugar donde nacieron, crecieron, están sus casas, escuelas y trabajos, o donde se desarrollan sus tradiciones, su gastronomía o donde están enterrados sus muertos? Nos olvidamos incluso de cuestionarnos sobre lo básico.

El olvido y la memoria nos remiten a un tiempo preciso: el pasado. Pero hay que señalar que, el pasado—para estos miles de personas— es un tiempo que se ha hecho vinculante en el presente como un tiempo que ha sido inamovible durante décadas. O cómo “olvidar” las repúblicas bananeras centroamericanas que fundieron a la población en la precariedad y el abuso laboral por parte de Estados Unidos; cómo olvidar el intervencionismo, el militarismo y los golpes de Estado estadounidenses; cómo olvidar a las oligarquías locales que mantienen el control de toda la economía y el poder político; cómo olvidar las guerras en esos países que no culminaron con los acuerdos de paz en los años noventa y que se han ampliado hasta nuestros días en un continuum bélico: guerra contra el comunismo, guerra contra la guerrilla; guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado; guerra contra las maras, es decir, contra los jóvenes; y ahora guerra contra los migrantes y los desarraigados. Cómo olvidar la inseguridad, la violencia y el miedo que viven cotidianamente desde hace décadas estos pueblos y que se han alargado por generaciones.

Lo que se observa en este colectivo en éxodo es la fusión del tiempo y la unidad de la memoria entre generaciones en un tiempo preciso: el presente. Hoy salgo, hoy nos juntamos para migrar, hoy es cuando se abre una oportunidad, hoy es el tiempo. No importa la edad, el género, la orientación sexual o la composición familiar, pues es en el hoy, en el presente, donde se plantea un horizonte de vida para uno mismo y para los que vienen detrás, es decir, las futuras generaciones.

Considero—si se piensa en la noción del tiempo que los antropólogos Carlos Eduardo Franky y Dany Mahecha (2013) analizaron entre los tanimukas y makunas de la Amazonia colombiana— como la expresión, “los que vienen atrás” remite a la forma en como los indígenas amazónicos se “sitúan” con respecto al “pasado”, pues para ellos el pasado está al frente, delante de la persona y se puede ver con claridad, mientras que el futuro, al estar atrás, a su espalda, es difícil de ver y prever. Así, los ancestros están adelante y las futuras generaciones atrás.

Este colectivo en éxodo, con una memoria y una consciencia histórica de largo plazo, ve con claridad el pasado y por ello hoy sigue caminando hacia delante. Preocupación pública: me quedo perplejo por el inquietante espectáculo que da el exceso de olvido en todas partes, pues ese exceso es peligroso porque la gente puede fácilmente asumir el levantar muros, cerrar fronteras, lanzar gases lacrimógenos o enfilar campañas mediáticas como la de “YoSoyelMuro”. Por tanto, me quedo con la idea del filósofo y antropólogo Paul Ricoeur (2004) sobre una política de la memoria justa que ahora es necesario retomar porque ese riesgoso Alzheimer colectivo nos puede llevar más que a la locura, a la perdición.


Bibliografía

Carlos Eduardo Franky y Dany Mahecha Rubio (2013), “Historia de los abuelos, cuerpo y territorio entre los tanimuka y makunas (Amazonia colombiana), en Francois Correa, Jean Pierre-Chaumeil, Roberto Pineda (eds.), El aliento de la memoria: antropología e historia en la Amazonia andina, Colombia, Universidad Nacional de Colombia/Instituto Francés de Estudios Andinos/CNRS.

Paul Ricoeur (2004), La memoria, la historia, el olvido, Fondo de Cultura Económica, Argentina.