Mtro. Sergio Gallardo García[1]
Nuestros propios ojos hacen toda la diferencia
El audiovisual nunca ha salido de las calles, al menos no en América Latina. El audiovisual no es el simple registro sonoro, fílmico o fotográfico de lo inmediato, de lo presente delante al dispositivo de registro. Es ante todo una producción pensada, editada —puesta a discusión— y de nuevo en edición para realizar un objeto comunicante de saberes que escapan a las fronteras de la narrativa escrita y generan múltiples caminos sensoriales para entender un determinado entorno, una problemática, una serie de cambios y realidades…. una situación política.
Emilio Bernini (2016) nos recuerda que el giro político que tomó el documental en América Latina responde a una serie de mutaciones en los años ochenta ante la emergente hegemonía del neoliberalismo, de las manifestaciones populares de emancipación y lo que trajeron en aprendizaje estos años críticos. Es decir, el giro de la equívoca idea de pensar el poder en torno a la ocupación del Estado hacia el crecimiento de múltiples movimientos de reivindicación étnica, de género y política que apelan a una conformación del poder desde las bases.
Se vuelve pues el audiovisual una herramienta de transformación social, de intervención política. A través de medios alternativos —como lo deja ver la larga trayectoria de cine comunitario— se declara en contra de los sistemas hegemónicos de medios audiovisuales de carácter comercial o estatal, transformando la documentación en “un arma cuyos disparos hagan que, después de descargada, el espectador y la sociedad ya no puedan volver a ser igual que antes” (Vellegia, 2009).
No sólo se trata del estar ahí, de empatizar y compartir las calles con una cámara, sino que sean las propias calles los escenarios, medios de proyección, discusión y organización. Que las salas de exhibición sean alternativas: escuelas, mítines, sindicatos, avenidas, plazas públicas. Que den al espectador la palabra y espacio de acción desde su intervención del espacio.
Manuel Gutiérrez (1998) nos sugiere pensar América Latina como el juego surrealista cadáver exquisito: texto inacabado de encadenamientos inconexos, inarmónico, dotados de una singularidad que radica en su mosaico de rupturas y variaciones culturales. Estos pliegues se dan por la configuración sincrónica bajo distintos niveles y fases de la incursión capitalista neoliberal en su territorio. A través de un recorrido de recomendaciones audiovisuales que se propone a partir de las lecturas de los escritos “Puntos de Encuentro” de este número de Ichan Tecolotl, se presenta este cadáver audiovisual exquisito de movilizaciones políticas.
Los procesos de represión neoliberal han traído consigo prácticas heredadas de los procesos de dictaduras vividos en casi todos los países de la América Latina, como la censura, persecución y muerte. Ya no sólo se censura el cine sino también los videos de YouTube, de Facebook, toda documentación de las represiones, abusos de poder y toda dimensión de la violencia que se viven en las calles y desde las movilizaciones en resistencia.
Ante ello, se evocan de nuevo las dinámicas de documentar la calle, viralizar en redes sociales y por cualquier medio lo que sucede, como se hizo en tiempos de dictaduras bajo el estilo de video proceso que Hernán Dinamarca definía como el acompañamiento audiovisual de dinámicas sociohistóricas concretas de movimientos sociales y sectores populares (Dinamarca en Gumucio, 1979). La experiencia de producir, editar y difundir materiales fotográficos o de video forma parte inherente de la experiencia y organización comunitaria de la movilización social.
Resistencias: The fight for the Aguan Valley (2014) parte igual que Sandra, del golpe de Estado en 2009 para encarnar en tres protagonistas la rabia y rebelión que en su límite lleva a la toma colectiva de plantaciones de uno de los hombres más poderosos de Honduras. Sin tener claro los procesos de usurpación y despojo de tierras para grandes transnacionales, no se pueden entender el fugaz crecimiento de desigualdad y violencia de Estado (desapariciones, masacres y feminicidios) que documenta Quién dijo miedo, Honduras de un golpe (2010) para pensar en quienes No se van… (2016) en una ruta migratoria, como apunta Sandra, que ha sido orientada por el capital hacia corredores industriales de maquilas, armadoras y mineras, en condiciones que el plusvalor de su fuerza de trabajo es más valiosa que sus propios cuerpos y vidas, fuerza desechable para el sistema.
Estas condiciones hacen conexión con la narrativa de Gabriel sobre el fuerte vínculo entre violencia estatal y discapacidad, quien compara escenarios de México y Chile. Nos pone sobre la mesa una discusión poco explorada sobre la discapacidad que bajo los ejercicios de la generación de narco-fosas, desapariciones y mutilaciones atestiguamos expresiones violentas que no llegan a la muerte, pero la evoca como amenaza, nos dice. Ésta es la violencia estatal discapacitante de la que tenemos ejercicios de documentación como el seguimiento del caso de Carlos Castañeda en el documental El paciente interno (2012). Pero Gabriel va más lejos y nos argumenta que la discapacidad por violencia está ligada al narcotráfico y su construcción de inseguridad pública como una manera de dominar las plazas, como está presente en las voces y testimonios de La Libertad del diablo (2017) de Everardo González. Esta vinculación de documentales nos lleva a pensar las condiciones del cuerpo como receptáculo, pero también delator de esta violencia.
Las violencias estatales y paramilitares que van construyendo un enemigo interno, como un común denominador a todas las personas manifestantes e inconformes, hacen de la rebeldía un sujeto político antagónico que hay que erradicar o discapacitar. Edgars nos deja claro que el enemigo interno somos todos quienes cuestionamos el poder, quienes no damos cabida a políticas y mecanismos neoliberales de administrar nuestras vidas y que en Chile éstos han sido históricamente los mapuche. A finales de 2019 el filme de José Tomás Correa La rebelón de la tierra (2019) se discutió las palmas y halagos junto con la aclamada Parasites (2019) del surcoreano Bon Joon-ho en el Festival de Cannes, al proyectar la recopilación de archivos que dan cuenta de la movilización de las comunidades mapuche desde 1990 y las transformaciones de su criminalización que ha llegado en nuestros días a un clímax cúspide con el asesinato de Camilo Catrillanca. El filme se muestra, pareciera, como continuidad del polémico documental chileno La Espiral (1976) que registra procesualmente cómo se conforma este enemigo interno a través de los medios de comunicación y nos da pistas sobre las medidas, políticas y pasos que fueron fraguando el golpe de Estado a Allende y hoy día va cercando con su violencia a todo aquél que se manifieste contra el sistema.
En Colombia, el enemigo interno toma forma en jóvenes manifestantes —como Dilan Cruz—[2]que protestan por el paquetazo de Duque que incorpora por igual flexibilizaciones a las condiciones laborales como represión a las alteridades militantes —sean farc o cacerolazos del pueblo— ante una militarización siempre presente, nos enfatizan Juliana Franco y Juan Sebastián. Pese a esto, encontramos en sus calles movilización como la de El pueblo que cambió su historia en 22 horas (2019) en la región del Pacífico que denuncia sensiblemente con tremendos fragmentos de voces, pasos y bailes, la rabia que se siente en el cuerpo ante la exclusión y pauperización de las condiciones de vida, esa exclusión progresiva que genera barrios como Cartucho (2017): barrios en degradación, primero ignorados y después satanizados por el Estado. Vidas como las de Ciro y yo (2018) que encarnan en sus venas y en sus campos el desplazamiento forzado, el conflicto armado, la victimización ocasionada por el Estado y el abandono de sus políticas públicas.
Cuestionándonos quiénes son los indígenas en Bolivia a través memes, Ruth puntea la relación de las medidas de despojo territorial con el golpe de Estado a Evo Morales, enunciando que el enemigo interno pasó de ser la mujer pollera y el minero aymara a todo aquel masista beneficiado por las políticas del primer presidente indígena: campesinos, cocaleros y mineros. ¿Si ellos son los enemigos quién es el pueblo? Como mostraba Raquel Romero en La mujer minera y la organización (1986) ellas y ellos son los que luchan contra un racismo blanco y mestizo que no pudo seguir excluyéndolos desde 2006 y que ahora se posicionan en la historia de Bolivia como protagonistas, como Insurgentes (2012) siempre presentes, como documenta Jorge Sanjinés.
Posicionamiento visible en Ecuador en el Parlamento de los Pueblos, organizaciones y colectivos sociales del Ecuador, que propone un giro a las políticas fiscales y de derechos sociales en contra de las medidas negociadas con el fmi, así como en su escena audiovisual dominada por medios alternativos indígenas como la Asociación de Productores Audiovisuales Kichwas (apak) que durante la movilización viralizaron videos como el de Rickchari (despierta) (2019) realizado por una mujer minga (tequio) para hacer un llamado a la lucha en contra de la violencia hacia las nacionalidades originarias de Escuador. Cristina y Magali en su texto nos recuerdan que las medidas neoliberales que detonaron las movilizaciones de octubre están arraigadas en un deficiente modelo de dependencia primario-exportador de extracción de recursos naturales clave, como lo alertan y difunden las mujeres en Yakuchaski Warmikuna: mensajeras del río de Curaray Pastaza (2016) para organizarse en el Amazonas, siendo las mujeres quienes —como en el videos virales en Facebook— lideran los gritos y consignas: ¡Abajo, abajo el patriarcazo!… ¡Fuera de aquí, el fmi!
Como la guerra sucia en México o las desapariciones de enemigos internos en Chile y Argentina durante sus dictaduras, Carolina y Thaís nos proponen pensar como guerra fría brasileña los continuos y progresivos ataques a partidos y todo aquél que crea, sostenga o promueva políticas sociales redistributivas de la riqueza, de acceso a la educación y la vivienda. Para las autoras, al igual que para Neo Baudrillard en su documental Lula Golbery da Silva (2017), es claro que el conservadurismo homofóbico y neoliberal que representa Bolsonaro se gesta antes pero se cristaliza en el poder ante el golpe de Estado a Lula, al generar un orden hegemónico aliado con la emergente fuerza de las iglesias protestantes y coincidir en sus convicciones morales que amenazan las políticas de reconocimiento de la diversidad sexual y de género, llevándonos de un panorama religioso de Deus o de diablona terra do sol (1964) hacia uno de Amores santos (2016).
Juliana y Andrea nos señalan que antes y junto al #NiUnaMenos en Argentina una sinergia feminista combativa se manifestó contra la intolerancia sexista y femicida del Estado que scrashea la heteronormatividad en las calles, juzgados y trabajos, que lleva tiempo articulándose como lo muestra el documental Nuestras vidas, nuestras luchas. 26 años de Encuentros Nacionales de Mujeres (2011). Así, para el Estado se gestó en las mujeres un enemigo interno que no sólo cuestiona sino que se organiza y en lucha gana batallas en favor del derecho al aborto y por lo tanto son criminalizadas por ir contra de la moralidad del estatus quo pero sobre todo contra las grandes transnacionales clínicas, médicas y farmacéuticas que lucran con el avasallamiento de los cuerpos femeninos, como lo vemos en Clandestinas (2012) de Andrea Aguilar. Ante las ofensivas de exclusión por los poderes que se sienten amenazados por esta marea verde, ellas han creado la plataforma mua (Mujeres Audiovisuales de Argentina), red que a través de mostrar los perfiles laborales, proyectos u ofertas laborales de las integrantes, genera oportunidades de equidad en el campo laboral audiovisual dominado por varones.
Videoactivismo, el audiovisual militante de la movilización en América Latina
Las producciones desde la primera línea que insertan comunicados, manifiestos reflexiones o invitaciones que se viralizan, replican intervenciones y manifestaciones en las embajadas de sus países en cualquier otro país huésped a lo largo del globo. El videoactivismo es una incitación audiovisual de movilización transnacional en tiempo real.
Los reporteros voluntarios —no remunerados— han sido fundamentales para conocer lo que ocurre en las calles, en las manifestaciones, las consignas y las posturas políticas que se erigen y embisten contra el poder, violencia y criminalización del Estado. En un formato sonoro, fotográfico o fílmico generan en sus espectadores cierta activación de sentidos, reflexiones y consciencia que enarbolan posicionamientos políticos puestos en escena, pero también alerta sobre problemáticas/actores/situaciones a los cuales hay que estar alerta. Evoca y provoca cambios, como la viralización de Un violador en tu camino que trascendió a Chile y llegó a traducirse a distintos idiomas, como al kichwa en Ecuador.[3]
La urgencia de los procesos determina la estética y narrativa de las propuestas audiovisuales, cámara rápida, transmisiones en vivo, ediciones en corto de materiales, la efervescencia de lo inmediato determina el estilo de video-informes de medios de comunicación alternativos que no silencian o maquillan la noticia de las represiones, el sonido directo de tanquetas, los gritos de consignas, close-up a los pacos (policías). Hacen que el espectador se estremezca como si estuviese ahí. Se transmiten sensaciones, alerta de sentidos, ese inconsciente impulso corpóreo de prepararse para la segunda rociada de gas lacrimógeno, como podemos sentir en las miradas simultáneas de Mapa Fílmico de un País-mafi (http://mafi.tv/) en las calles de Chile.
Para dar difusión a las distintas miradas de los movimientos sociales actuales y anteriores, se han creado portales de libre acceso para mirar, compartir y reflexionar cómo lo audiovisual se vuelve también un instrumento de lucha. Plataformas como Bombozila, Retina Latina y Filmin Latino nos ofrecen sus contenidos como diría el boliviano Jorge Sanjinés: “no vimos al cine como el lugar para realizarnos nosotros, sino como el lugar para realizar al país, contribuir con nuestro trabajo a crear mayor consciencia en la sociedad dominada” (Sanjinés en Alvares, 2016: 25).
Es tiempo de leer a contra-espejo en el audiovisual que registró el avance del neoliberalismo en los años ochenta y que vemos nosotros. Mirar de una militancia a otra y responder: ¿Qué es lo neoliberal? ¿Qué papel desempeña lo colonial, racista, capitalista, patriarcal? ¿Qué prácticas vuelven a salir a las calles? ¿Qué organización se gesta y hacia dónde podría caminar para evadir piedras del pasado? Tener frescas estas propuestas audiovisuales quizás nos ayuden a responderlo todo a través de la discusión narrativa que aporte desde dimensiones sensibles y emocionales: desde la (digna) rabia, desde la nostalgia, desde el hartazgo, la corporalidad, las heridas, los silencios, los gritos, las pisadas, las consignas, los bailes, las banderas wiphala y wenufoye, antiparras apretadas, pies cansados, manos bien arriba… En sí, desde la rebeldía pluricultural de nuestros pueblos latinoamericanos.
Bibliografía
Alvares Beskow, Cristina (2016),“Un cine de combate junto al pueblo. Entrevista con el cineasta boliviano Jorge Sanjinés”, Cinema Comparative Cinema, IV (9): 22-30.
Bernini, Emilio (2016), “Una mutación silenciosa: los años ochenta en el cine de América Latina”, Los Cuadernos de Cinema 23, núm. 5.
Gumucio Dragon, Alfonso (1979), Cine, censura y exilio en América Latina, La Paz, Film/Historia.
Gutiérrez Estévez, Manuel (1998), “América Latina: un cadáver exquisito”, Unesco/Instituto Veracruzano de la Cultura, 12 pág.
Vellegie, Susana (2009), La máquina de la mirada. Los movimientos cinematográficos de ruptura y el cine político latinoamericano, Buenos Aires, Altamira.