Tirando caña bajo el sol mexicano. Adolescentes guatemaltecos trabajando en el Soconusco

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Jania E. Wilson González

UAM-I

La verdad yo soy guatemalteco, de Retalhuleu. Yo digo que tengo 17, pero la verdad no sé, como no tengo mis papeles, la mayoría dice que tengo 16. Voy viniendo cinco zafras. Yo antes estaba estudiando en Guatemala, dije “yo voy a probar” y me vine. Luego ya me fue gustando el dinero y fui apartando mis estudios. Nunca, nunca había cortado caña, un mi primo (sic) me enseñó a cortar. El primer día me pegó una gran fiebre y dolor de cabeza y dolor de cuerpo, pero al siguiente día ya me dieron pastillas. Ya cuando ahorraba, yo feliz. Aquí la gente es  buena. Me van a enseñar a manejar el camión, dicen que ganan bien, es lo que yo quiero. Ya ni por mi cabeza pasaba venir para acá a cortar caña, pero mirá, me gustó cortar. Todo tiznado yo [ando] ahora. Cortar es bonito. De cortador hago más amistades. Ya no lo siento pesado, se acostumbra uno a trabajar de eso
Tengo 13. Tres años he venido, la primera vez, yo llevaba dos surcos nomás y mi papá llevaba cuatro; ahora sí, vamos parejo. El trabajo me gusta, también el ejido y la galera, pues jugamos pelota. Sí, me canso. Aquí yo quería venir. Me gusta andar en el cañal, pero hoy casi me agarra una culebra, hay mucho monte, salí corriendo, hace mucho calor. Me da calentura, tomo pastillas y suero. Ahora estoy de vacaciones [de la escuela]. Yo quiero estudiar hasta que sea grande, quiero ser maestro. El dinero que gano es para comprar mis cosas de la escuela. También compré mi cámara, mi ropero y mi mamá quería una mesa más grande, ta bueno, la compré. Aquí hay unos malos, el año pasado nos robaron. Pero voy a seguir trabajando para estudiar sin meterme en problemas

Durante la estancia en México de adolescentes1 guatemaltecos –en este caso en Huixtla, Chiapas– quienes migran solos o acompañados para emplearse como jornaleros agrícolas temporales en el corte de caña, converge una serie de factores, donde sufrir y gozar se entretejen continuamente. Desempeñan una de las actividades agrícolas más difíciles, enmarcada en irregularidad laboral-migratoria por ser menores de edad: abusos laborales sistemáticos, precarias condiciones de vivienda, riesgos continuos a su salud. Esas condiciones adversas se repiten en la antigua costumbre familiar de migrar temporalmente a México, así como la oportunidad de ganar dinero, el estatus por ser un buen cortador, las amistades y noviazgos en México, la ocasión de salir por un tiempo de Guatemala, la posibilidad de ahorrar para continuar migrando y el orgullo de ser hombres trabajadores desde temprana edad.
Cortar caña, estar en México, ganar dinero, revaloriza su fuerza de trabajo y resalta su fortaleza en un mundo laboral adverso que demanda mucho esfuerzo físico. La valoración de su trabajo adquiere distintos sentidos. Algunos reconocen y aprecian su papel como parte de la cadena productiva para “hacer azúcar”; para otros, el valor se centra en la habilidad, la experiencia y, sin duda, en los resultados. Las características del trabajo: duro, sucio, pesado resaltan la masculinidad. Rara vez aceptarán que se cansan, que están expuestos a accidentes, que tienen miedo de encontrar una víbora: muestran una faceta viril, de lo contrario le restaría valor a la imagen de buen trabajador, lo que atenta incluso contra su hombría, como muchos de ellos los expresan.
Sus anhelos, ser profesionista, dejar de venir a México, ir “al norte” (Estados Unidos), ser cabo, chofer; ponen de manifiesto su capacidad para luchar y soñar a pesar de la adversidad; sin embargo, no dejan de estar condicionados por la situación de pobreza estructural en la que se encuentran. Rara vez se visualizan en un futuro como cortadores, pero la mayoría de ellos replican patrones desde la generación de sus abuelos: comenzar desde niños a trabajar como jornaleros agrícolas migrando a México y continuar hasta que el cuerpo lo resista.
La idea de trabajar en el corte de la caña es interiorizada como parte de su vida diaria. El significado de ser cortador va más allá de ganar dinero, también es un aprendizaje que le da valor a un hombre, que distingue a alguien valioso de alguien que no vale la pena: el trabajo cuanto más duro sea tiene más valor. El hecho de que sean los guatemaltecos y no los mexicanos quienes lleven a cabo los trabajos más pesados dentro de esta agroindustria se ha normalizado.
De la misma manera se percibe “natural” el consumo de marihuana y otras sustancias psicotrópicas para aguantar las condiciones del trabajo, si bien, los perjuicios de su uso en la salud son cuestionados, se justifican dada la exigencia de la actividad que desempeñan. Y así como esto, otras situaciones se han vuelto “normales”: no recibir el salario completo2, no tener prestaciones, cruzar la frontera sin permiso para trabajar, responsabilizar a los padres de familia del trabajo de los menores de edad, entre otros; todo ello se convierte en parte de la vida cotidiana que se replica año con año.
Las actividades cotidianas y las condiciones en que se llevan a cabo, se convierten en “la realidad”, esto no se cuestiona y se da por sentado que “así es”. Dicha realidad se ha convertido en habitual y legítima, en una rutina aprehendida (Berger y Luckman, 1995). Mientras tanto, productores y empresarios continúan aprovechando la mano de obra barata, de quienes están en situación de desventaja: ser guatemalteco, migrante, menor de edad y muchos de ellos, indígenas.
La rígida estructura jerárquica de la agroindustria cañera-azucarera y el uso de la mano de obra barata, es poco cuestionada por los adolescentes o, por lo menos, raramente se expresan al respecto. Ésta es una de las grandes ventajas de las que hace uso la agroindustria: mano de obra infantil y de adolescentes, pues se quejan menos que los adultos. Aunado a esto, su trabajo se vuelve invisible, por ser menores de 16 años, trabajan de manera “extra oficial” es decir, no cuentan con documentos de trabajador fronterizo, ni poseen algún registro que pruebe la relación laboral con productores o con el ingenio.
La irregularidad y la invisibilidad, están presentes en la dinámica laboral-migratoria de los adolescentes guatemaltecos en Chiapas zafra tras zafra. Abordar el tema a partir del reconocimiento de la infancia y adolescencia como una “forma de estar en el mundo” (Scheper-Hughes y Sargent, 1998), es fundamental para conocer los matices que se entretejen desde la propia experiencia de los adolescentes, quienes luchan día con día para ganarse la vida, como ellos mismos lo mencionan, trabajando entre el gozo y la adversidad.

Bibliografía

Berger, Peter y Thomas Luckmann (1995). La construcción social de la realidad, 13a. ed, Argentina, Amorrortu [versión original, 1966].

Scheper-Hughes, Nancy y Carolyn Sargent (1998). Small Wars. The Cultural Politics of Childhood, EU, University of California Press.

Nivel de cortador Promedio de lo que corta en un día Lo que debería ganar a la semana Lo que realmente gana  Diferencia ¿en el bolsillo de quien?
“Campeón”  9 toneladas $2,016.00 $1,700.00 $316.00
“Medio”  6 toneladas $1,344.00 $1,008.00 $336.00
“Novato”  4  toneladas $896.00 $672.00 $224.00

Tabla. Ejemplo de salario. El precio oficial para la zafra 2011-2012 fue de $32.00 pesos por tonelada de caña cortada. La tabla muestra el salario que debería ganar y el que realmente gana. Esto debido a los recortes que se les hacen a los cortadores al momento de anotar la cantidad de caña cortada.